Sigo a Soy Una Pringada desde hace años porque para mí es una de las creadoras más interesantes que tenemos. Comencé a curiosear lo que hacía cuando no era tan popular, y recuerdo compartir sus vídeos allá por 2017, que se me respondían con ‘quién es eso’, o ‘pero está muy gorda ¿no?’ o ‘no puede ser modelo de nada con ese físico’.
Por entonces creo que sólo tenía un canal de YouTube en el que hacía mordaces reviews de películas, series o de personajes de actualidad. Eso fue antes de su serie ‘Looser’ en Atresmedia, de sus libros o sus pinchadas. Por cierto, cubrí una de ellas en Razzmatazz en 2018 para La Vanguardia. Hablé de su serie en el mismo medio y lo titulé «El inesperado éxito de la gente de mierda» porque así de improbable era el éxito fuera de aquellos paraísos de bellezas artificiales que arrasaban en Instagram hace 5 años, antes de que se hablara abiertamente del atractivo de los cuerpos no normativos o de los problemas de salud mental derivados de la hiperexposición digital, como sucede hoy.
Hoy sigo su podcast El Club de Fans de Shrek, donde hay capítulos que citan cientos de referencias, como el de Alta cultura vs Baja Cultura con Alberto de las Heras, Glenda Galore y Miguel Agnes, charlando sobre la televisión, la telebasura, la cultura de la cancelación, Adolf Loos, Andy Warhol, Marina Abramovic, La semilla del diablo, Sol LeWitt, Roy Lichtenstein, Caravaggio, Woodstock, etc.
Soy Una Pringada te saca una sonrisa torcida incluso con los temas más desesperanzadores. El bullying, el fracaso escolar, la relación con el propio cuerpo en la adolescencia, que si el petitsuisse y tal. Ella, que ha transitado por todos esos infiernos en primera persona, puede por tanto cogerlos y, como en el aikido, darles la vuelta usando la fuerza del contrincante contra sí mismo. Lo último ha sido un vídeo en YouTube dedicado a la pobreza y a la falta de oportunidades, una disertación sobre su propia infancia y adolescencia que para nada esperas encontrarte cuando haces clic sobre un aparentemente inocente vídeo-review llamado «La peli de Manolito Gafotas».
Cargando contra «quienes romantizan la pobreza» porque sabe lo que es «comerse las tapas del pan Bimbo» y que sólo haya «medio limón podrido en la nevera», Quesada desgrana la vida de los protagonistas de la película y dice sobre la madre: «Esa madre seguramente se vio envuelta en tener dos hijos cuando no quería tenerlos, igual quería estudiar o ir a la universidad pero no había puto dinero, y lo único que podía hacer era casarse con su novio, y tener hijos, y formar una familia, y juntar dinero para poder vivir porque, si no, no te puedes permitir vivir en una puta casa cuando eres pobre, porque tienes que vivir con otra persona, y a veces esto te empuja a tener una familia cuando no quieres tenerla. Qué asco ser pobre, de verdad, qué horror. Es el puto infierno. No se lo deseo a nadie. Yo he sido muy pobre y sé qué es estar ahí».
En un lejano 2016 ya escribí en La Vanguardia que los influencers podrían cambiar el mundo si quisieran. Yo sé que no hay que ir por la vida pontificando, pero me gusta mucho Esty Quesada por lo que cuenta y por las hondas reflexiones que genera desde el humor, algo dificilísimo de conseguir.
Me hubiera encantado que hubiera existido Soy Una Pringada cuando yo era adolescente, cuando las chicas debíamos ser como Barbie y Cindy Crawford y las palabras acoso escolar o bullying sencillamente no existían, como tampoco existía internet ni la facilidad de hoy para llegar a otros modelos, ejemplos y referentes. Suerte que conseguía unas pocas revistas de USA que llegaban a cuentagotas a los quioscos de Las Ramblas, en las que estaba todo: el grunge, Guns’n’Roses, y algo rarísimo que se llamaba Headbangers Ball que daban en una cadena llamada MTV.
Soy Una Pringada contribuye a la normalización de muchas cosas que deberían haber sido normales hace mucho tiempo y da vergüenza que aún no lo sean. Pero eppur si muove. Porque ahora resulta que, cuando alguien cita su nombre hay unanimidad, y se levanta una cabeza en algún sitio y dice: Ah sí, esa tía me encanta, qué crack.