Todos los renacimientos de Rivers

El jueves fui a verle a su habitación en el Hospital de Sant Pau y, sentada junto a él, rememoramos todas las cosas que habíamos vivido juntos durante muchos años y en todos los husos horarios: las mañanas en los juzgados y en la Audiencia de Barcelona -entre toda suerte de asesinos, violadores y ladrones-, la media mañana en el café rápido en el Castellano, las tardes llamando al 5546, los anocheceres más luminosos del mundo en el Milano, las noches de Sant Raimon de Penyafort -que siempre abandonaba uno de los últimos llevándose un centro de mesa-, los cumpleaños con la ensaladilla rusa de María que, sigo diciéndolo, es la mejor que he probado en la vida. Seguramente enriquecía el sabor la compañía. Pere tenía muchos grupos de amigos y conseguía mezclarnos y que saliera bien. Ya sabéis, no siempre sucede.

El jueves fui a verle, justo salía la Cañi, y le recordé el Snookers aquel, tan lejano hoy, poco después del cambio de milenio, la noche del inicio de los tiempos en la que nos hicimos amigos. A mí Pere Ríos me imponía mucho, era de los grandes maestros del periodismo judicial de Barcelona, Catalunya y España y yo una absoluta principiante. Le dije que era una institución pero que por qué siempre parecía estar tan encorsetado, conspicuo en sus trajes impecables y el colmillo retorcido, y también que teníamos un amigo común que decía que caminaba como un caballo percherón ja ja ja. ¿Cómo-cómo-cómo? Todo eso le encantó, claro, como toda provocación, su deporte nacional. Le pregunté por qué siempre hablaba en público tapándose la boca como si fuera del Mosad y le di tanta turra que aquella noche ya dejó de ser Pere Ríos y se convirtió en Peter Rivers.

El jueves le dije que era una cursilada aquello que decía de los gintonics ototóxicos. No costaba nada ser amigo de Rivers pero, como con cualquier cosa valiosa, su amistad tenía un precio: Xi, este color no te sienta bien. Xi, te has engordado. Pero si el día era bueno Xi, hoy estás imponente, Xi, cuéntame de tus novios, va. Le dije que era un puñetero y un testarudo.

También le dije que en los últimos años se había despedido muchas veces, pero que en realidad había renacido muchas más. Desconozco sus primeros años y alegrías, pero el primer renacimiento de Rivers que yo conocí fue el día que María llegó, encendiendo deslumbrante todas las habitaciones de su vida. Hubo una vida AM y PM, antes de María y post María. Y María ha estado junto a él hasta el último momento, en esta vida y por supuesto más allá.

El jueves le recordé cuando se despidió de nosotros por segunda vez, que le dije que por favor dejase ya de llamar la atención, o como cuando nos explicó a quienes le visitábamos en su casa que incluso ya había encargado su obituario. Pero por el amor de Dios, Rivers, no seas tan vanidoso, y él se sonreía no por mis tonterías, sino por mis intenciones. Y entonces entraba por la puerta Andreu Missé, otro gran maestro de maestros, sumándose a la conversación en el salón, sin reparar en la enorme cesta de alcachofas que yo le había traído porque le encantaban fritas pero cortadas muy finas, pero que muy muy muy finas. Si quieres alcachofas, dos tazas, Rivers, nen, basta ya que nos vas a destruir a macadamias.

Rivers se despidió muchas veces pero yo vi que renació muchas más. Primero con María, luego con todos los momentos que vivió junto a ella, luego reenfocando su vida profesional alejado de su pasión por los tribunales -sin perder su testarudez ni su puñeterismo ni su colmillo retorcido-, y también renació cuando descubrió que la vida podía ser algo menos encorsetado, menos conspicuo y sombrío, donde había un lugar para la ternura infinita, donde cada día contaba para este periodista ilustrado, como cuenta también otra maestra, Mayka Navarro.

El jueves en su habitación en el Hospital de Sant Pau también le hablé sobre aquello de ser compañeros de enfermedad, de que hay cosas que sólo quienes hemos pasado algo así entendemos y que menuda mierda es todo eso, Rivers. Tú sabes lo que es esto, Xi, solía decirme en los últimos años, entornando los ojos, mirando fijamente, y asintiendo con la cabeza. Ya sabéis como. En esa época comenzó a comprar mi libro y a regalárselo a muchos amigos. Xi -me escribía por whatsapp-, tengo dos libros más para que me firmes. ¿Pero cuántos libros estás comprando, carallot, estamos locos? Y como la última vez que fui a su casa le presenté a mi marido ya no me podía preguntar con quién salía pero entonces me empezó a preguntar por antiguos amores. Rivers, compórtate, todos los delitos han prescrito, le decía y él reía. Tuvo el último renacer hace cinco meses, cuando la enfermedad parecía haberse estabilizado, lo que le permitió viajar, ver a viejos amigos, pasear, cenar y cantar con el puño en alto. Sé que estos últimos cinco meses Rivers ha sido muy feliz.

Le conté todo esto y mucho más, como que al final no nos tocó nada decente en la Lotería de Navidad que llevamos jugando los amigos de periodismo judicial desde hace muchos años, una historia muy bonita que contó ayer otro maestro de maestros, Jesús Albalat. Rivers, es que con reintegros ni a Marina d’Or podemos ir. Le dije que quizá era porque somos afortunados en amor, no sé.

Y no sé si me escuchó en todo esto que le conté el jueves, pero si me escuchó, seguro que sonreía por dentro recordando nuestras cosas, que son también las cosas de tantos amigos que hoy nos sentimos más huérfanos. Le besé en la frente y le dije que volvería el domingo, hoy. En ese momento entraba Andreu Missé de nuevo. Hoy sé que Andreu era uno de los amigos a los que Rivers encargó su obituario, junto a Javier Pérez Andújar, que publicaron ayer en el diario que fue su hogar y su causa, El País.

Rivers se ha despedido varias veces pero ha renacido muchas más.

Y ahora ya sabe más que todos nosotros.

Vamos, como siempre.

Crea un sitio web o blog en WordPress.com