El Milano eras tú

Mañana todavía monzónica aquí en Katmandú en la que no hay mucho más que hacer que bajar a desayunar y que la distancia empiece a perseguirte para recordarte quién eres. Ha cerrado el Milano Jazz Club. En una semana terminará la estación de lluvias y, como cada año, coincidirá con el Dashain, el festival de los sacrificios animales masivos. Por todas partes se venden cabras y gallinas que al mirarte parece que saben lo que va a pasar.

– “Ponme un Príncipe de Gales, por favor”.

La broma era como un buque rompehielos a finales de 2008. Hacía sonreír a cualquiera y que las cosas fueran rodadas hacia el horizonte de sucesos de las noches más luminosas de Barcelona. Juanjo servía aquellos Príncipes de Gales con aquella elegancia, ¿recuerdas?, parecía salido de una película del Hollywood de los años 30. Más que un cóctel eran una manera de estar cuando nos perdía la estética y el esnobismo que sólo heredamos y replicamos, y por entonces no lo sabíamos, pero aquellos Príncipes de Gales también se convertirían en una promesa incumplida, porque no hay encantamiento sin maleficio, y eso sí lo sabemos hoy. 

Hielo, tres gotas de Grand Marnier, tres de brandy, mezclar y servir en copa de cava con una rodaja de naranja y una guinda confitada. Juanjo, ponme un Príncipe de Gales, por favor. El mundo hizo crack por Estados Unidos pero la onda expansiva aún no había llegado a nuestra orilla y todo sonaba a exageración. Había avisos, voces lejanas, tertulianos de economía apocalípticos, la prima de riesgo se disparaba pero recuerda cómo bajábamos tú y yo aquellas escaleras hacia nuestro búnker de belleza nuclear y abríamos las cortinas de terciopelo rojo y tocaba la banda de jazz y todo era sensual y extraño como en una peli de David Lynch. El mundo que nos enseñaron nuestros padres se estaba terminando pero en el Milano todavía éramos tú y yo. Y pienso en ti y en todas las veces que allí nos reímos, en nuestras confidencias, y encuentro algunas fotos en las que fíjate que siempre estábamos felices, felices hasta cuando nos rompíamos el corazón a martillazos, y todas las veces que íbamos con Pere y que Pere ya no está porque seguro que está en un lugar mejor para él.

El Milano éramos tú y yo y daba igual que nos acabáramos de ver diez minutos antes en la redacción o en cualquier otro lugar. Éramos tú y yo antes, durante y después de todas las tormentas y piedras a la policía. Éramos tú y yo, enredándonos de nuevo desde todas nuestras diferencias, pero ya verás: Juanjo, ponme un Príncipe de Gales, por favor. Y aquello te hacía sonreír. 

Y cuando el mundo exterior también se derrumbó y el tsunami finalmente llegó a nuestras orillas y comenzó a devorarlo todo, el Milano resistió en sus profundidades como lo que era, el speakeasy del Titanic, y aunque sus columnas ya estaban cediendo y el agua nos mojaba los tobillos, los músicos nunca dejaron de tocar. Muchos lo perdieron todo, todos perdimos algo, y un Príncipe de Gales se volvió anodino y calvo y el otro comprensiblemente loco. Todo se desmoronaba pero en el Milano los músicos tocaban Near my God to Thee. Intentamos convertirlo en el nuevo Snookers en las noches electorales pero ya no nos dio tiempo. Creo que el Snookers ya incluso cierra en las noches electorales. 

Juanjo, ponme un gintonic, por favor que, aunque detesto el gintonic, cuando todo se derrumba nadie quiere un Príncipe de Gales, ni música, ni estar en una fiesta, y el gintonic es el cóctel de los tristes y siempre lo dejo a medias. Por eso desde entonces todos los bares de Barcelona parecen un cuadro de Hopper. Por eso poco a poco abandonamos el Milano, porque era un lugar ya demasiado feliz para nosotros, y por eso el Milano lógicamente se dedicó a los turistas para sobrevivir. Fui hace cuatro meses y me sorprendió que hubiera dos turnos para escuchar a los artistas, y que debiéramos salir a la calle entre función y función, y maldije que hubiera vendido su alma a los turistas, cuando lo cierto es que había pasado una década desde la última vez que fui.

Los músicos ya han dejado de tocar. Juanjo sirve cócteles hoy en el Caribbean Club, el antiguo Boadas de la calle Tallers, pero no me atrevo a ir por si me viene esta melancolía de mierda, y ahí están esas pobres cabras atadas a los postes esperando a que las maten para ofrecer su sangre a los dioses, como tú hiciste conmigo, y como yo también he hecho contigo.

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